3.26.2006

6. Respirar alcanzando las estrellas

La entrada al parque estaba oscura. El foco del farol había reventado y las sombras de las esculturas se habían alargado hasta alcanzar tamaños espeluznantes. Los árboles no ayudaban mucho, pues parecían ocultar bajo su verde manto a estas sombras amenzantes.

Mientras subían las escasas e irregulares escaleras ella encendía un cigarro, mientras el respiraba profundo el aire nocturno de ese pequeño rincón de tranquilidad. Tantas cosas había vivido ahí, tantos juegos, tantas caídas, tantas desiluciones. Pero siempre parecía que los columpios lo acariciaban cada vez que se sentía mal, la arena sostenía sus pies y, cuando se tiraba, el pasto parecía hablarle en un idioma tan arcano como la misma tierra.

Una vez adentro, el la llevó a su lugar preferido, bajo un árbol no muy alto ni muy pequeño. De esos árboles con los que uno sueña, de esos que te imaginas cuando piensas en el concepto de "árbol", al más puro sentido platónico. La brisa se estaba poniendo fresca.

- Aquí muchas veces me he tendido y mientras miro hacia el cielo, ya sea estrellado o lleno de nubes, siempre encuentro algo nuevo acerca de mi mismo... - menciona el, en un súbito ataque de sinceridad. Quizás fué demasiado.- Creo que todo se resume en que nunca sabremos quién somos. No soy lo que yo pienso que soy, pero tampoco soy lo que otros piensan que soy... o simplemente quizás hoy estoy muy aburrido...

- No, no lo creo.- responde ella.- Muchas veces me he sentido como tu.- exhala el humo del cigarro.- Es como este mismo humo que nos rodea. Nosotros podemos ver como el humo cambia mientras se aleja de mi boca, pero el mismo humo no podría darse cuenta de sus cambios, aún cuando sepa de alguna manera muy básica que es humo. Es raro de explicar.

Los dos se miraron. Supieron en ese momento que estaban en el mismo maldito dilema. En la misma pregunta que todos nos hacemos, que algunos olvidamos y que muy pocos realmente contestamos alguna vez. ¿Quién soy?. Quizás el destino los había juntado. Quizás entre los dos podrían encontrar alguna respuesta. Quizás simplemente no significaba nada, pero en ese momento, en ese minuto, todo parecía esperanzador.

Se acercaron lentamente. El no sabía realmente si ella aceptaría, ella no sabía si realmente el se atrevería. Los músculos de los dos estaban totalmente tensos, la pierna derecha de el no paraba de tiritar, mientras ella jugaba casi histéricamente con sus dedos, arrancando el césped. Estaban tan cerca que podían sentir la respiración del otro en su cara. El aliento a cerveza de el, el olor a humo de ella. Todo era extraño, como si lo que vieran y sintieran no tuviera significado alguno en el lenguaje, como si el mismísimo significado de todo valiera absolutamente nada. Sus labios, rozándose, se acariciaron; sus lenguas y sus manos tocando al otro, en un éxtasis sublime, ¡libre de pensamiento y razón al fin!

Tendidos hacia atrás, las manos entrelazadas, parecía que en ese momento nada estaba mal. Nada podía de manera alguna estar mal. Las preguntas fueron contestadas con su desnudez, de la manera más natural que conoce el ser humano. Sólo estaban sus cuerpos desnudos, el árbol, el césped, los columpios y las estrellas acompañándolos. El estiró su mano hacia el cielo.

- Creo que el cielo, por hoy, está al fin al alcance de mi mano.- pensó en voz alta.

- No digas eso. Si aceptas que el cielo existe, el infierno no tardará en alcanzarte.- respondió casi proféticamente ella.

Y mientras la ciudad seguía su curso, su desnudez los hizo felices. Pero el amanecer no estaba lejos, y su luz reveladora no perdona a nadie.

3.13.2006

5. Historia Intermedia

Historias e histerias. Nada fuera de lo común esta noche en Santiago de Chile. Ellos caminaban hacia su destino, conversando, temiendo; pero la ciudad no para. No, no para por nadie. Ni por el ejecutivo que piensa que su corbata no resistiría si intentase colgarse, el adolescente espinillento que se vanagloria de sus éxitos sexuales siendo que lo más lejos que ha llegado es a robarle las revistas pornográficas a su tío, la esposa abnegada de un marido idiota que mira la cocina y huele por unos segundos el gas que emana de allí, con deseo.

Los últimos rayos mezquinos del sol, burlón en el cielo de verano, iluminan a un viejo que lleva a su nieta a comprar dulces. El viento tibio de las 8:30 pm acaricia los rulos de la pequeña y la calvicie del lento anciano mientras se acercan a la tienda de la esquina. La niña está enamorada (o al menos eso piensa) del chico que atiende en el bazar, el viejo sólo quiere un poco de magnesio; la acidez realmente es horrenda. El joven de la tienda espera que lleguen sus amigos para irse a ver una película con unas minas, quizás esta sea la oportunidad por la que ha trabajado tanto tiempo.

Raúl ha trabajado en microbuses toda su vida. Desde cabro chico su papá lo subía a su micro y se iban a pasear por lo que era en ese entonces Santiago. Toque de queda, desapariciones, nada de eso importaba, siempre y cuando el tanque tuviera algo de bencina. Ahora maneja para el recorrido 240. LLeva manejando diez horas, pero sigue como nuevo. Nadie se mete con él, el cañón que guarda debajo de su asiento lo protege física y mentalmente. No niega que muchas veces ha pensado en volarle la guata a las típicas viejas que se quedan encima de él, siendo que toda la micro está desocupada para atrás, o a esos estudiantes que no se quitan la mochila, pero en ese momento mira la calle y los recuerdos del pasado lo calman.

La esposa de Raúl, Berta, es feliz. ¿Cómo no serlo, con un marido trabajador como Raúl, y un amante fogoso como Sebastián?. Todos los días piensa que lo que hace no está mal, que porque los hombres cagaríamos a las mujeres siempre que tuviéramos posibilidad, ellas tienen el derecho de hacer lo mismo. Si, no hay nada malo bajo el cielo. Mientras Sebastián duerme después de una sesión del sexo más desenfrenado, Berta cocina el plato favorito de Raúl. Todavía gotea el amor de Sebastián, pero ella piensa "¿qué le gustará con estas papas fritas?".

Historias e histerias. Tantas cosas que contar, tan poco talento para contarlas. Cada uno de ellos merece todo un libro, pero ninguno lo tendrá. Quizás un final feliz, quizás una tragedia o una comedia sean lo adecuado. Nadie lo sabrá. Hasta es probable que sea mejor no saberlo. El simple hecho de saber que nadie está solo ya es suficiente final.

Ella y el pensaban miles de cosas, mientras todos los demás vivían sus propias vidas, cuando por fin llegaron a su destino.

3.02.2006

4. Derecha, Izquierda; Arriba, Abajo

Caminaban en silencio.

Ella fumaba un Lucky Strike corriente, el filtro cortado. Eso le hizo pensar que ella era una niña bien, que aún vivía con sus padres y que seguramente estaría estudiando algo en alguna universidad pluralista. Sus ropas gastadas y esos lentes pasados de moda podrían ser sólo el típico grito que se dá cuando no estás de acuerdo con algo, y lo representas de manera tan trivial como es con la ropa o tu estilo.

El jugaba con la roñosa caja de fósforos vacía en sus manos. Ella quería escapar de todo. Se sentía encerrada en su propio ser. Se miraba y se encontraba una extraña hasta para sí misma. Los problemas, la mierda cotidiana, no, no es para todos. Nietzsche quizás sólo era un escape de sí misma, quién sabe. La mente femenina es un misterio, hasta para ellas mismas. Quizás el podría encontrarla. Quizás no era nadie.

- Me sorprende el que haya tanta gente y que a nadie le importa, ¿sabes? - interrumpió ella - Cuando cruzas la calle sólo miras hacia los lados, pero he llegado a pensar que no basta. Hay que mirar en todas las direcciones. No quiero sonar como una maldita creyente, de esas que acuden todos los putos días a la Iglesia, a redimirse y a golpearse el pecho por el sólo hecho de vivir, pero siento que hay que mirar hacia arriba y hacia abajo. Nunca sabes cuando Dios o Lucifer pueden hacerte vivir una experiencia que definitivamente querrás olvidar.

- No creo en esas estupideces. Mi destino lo controlo solamente yo, y nadie más. Deberías saberlo, si es que lees a Nietzsche.- respondió cortante el. Realmente le disgustaba la religión y las creencias ciegas en dogmas incuestionables. Quizás por eso se buscaba constantemente, ya que el cuestionarse todo tiene un lado bastante desagradable.- Sólo yo puedo meterme en algo o salirme de otra cosa. Sólo basta mirar hacia los lados, no hay nada más que eso.

Ella lo miró casi con asco. No era diferente a los imbéciles que miraban el fútbol, un hombre cerrado y patético, que no creía en nada más que en él mismo, con un dejo de egocentrismo, típico rasgo post-moderno.

- Creo que te equivocas. Es tan simple pensar que no hay nada más aparte de uno, pero lo cierto es que tu no eres nadie, el ambiente en que te mueves define lo que eres, aquí y en todas partes.- contestó ella. Lo decía simplemente para rebatir el comentario de el, no porque realmente lo creyera. Si fuera así, no tendría razón de buscarse a si misma, su respuesta acerca de quién era en realidad estaría contestada.

- Pero uno de cierta forma determina su ambiente. Yo elijo ir a un bar, yo elijo no estar ahí. Yo elijo que tomar y que no, yo elijo.... - antes de terminar la oración se dió cuenta de que no importa lo que elija, siempre el ambiente lo va a determinar. No podía aceptar esto. No podía aceptar el hecho de que estaría para siempre perdido en algo que no era el. Eso simplemente le abría aún más dudas acerca de quién era realmente, de si algo de lo que es fuera real.- Dejemos el tema hasta aquí. Ya estamos llegando.

La luz era tenue.

3.01.2006

3. La Mujer, El Hombre y La Manzana

"Hola", le respondió la mujer. Ahora que estaba más cerca podía ver que su cara parecía cansada. Pero no era anti estético totalmente, era más bien una mirada específica en sus ojos, como si hubiera vivido más de lo que estaba destinada a vivir.

- Así que lees a Nietzsche. ¿Te gusta?- preguntó nuestro personaje algo titubeante. No es raro en él. Siempre le ha tenido miedo a todo lo que no sea él, a todo de lo que no está seguro. Siempre que se enfrenta a alguien nuevo siente una terrible sensación de mareo, como si todo su cuerpo se fuera a derrumbar.

- Sí, así es. Me parece interesante la manera en que piensa, aunque está demasiado definido por sus experiencias.- contestó. - ¿Lo has leído?

¡Oh, una mujer le ha hablado de manera amable!. Si antes estaba nervioso, multiplíquenlo por el infinito. Es realmente increíble lo que pueden hacer las palabras, ya que si mirásemos dentro, muy dentro, de los pensamientos de nuestro amigo podríamos ver que poca parte de él ya está interesado en hablar de filosofía. Que triste es el humano, que olvida tan fácilmente sus objetivos.

- Eh, si. Me encanta Nietzsche... ¿puedo sentarme?- "¿habré sido muy patudo?", pensó.

- Claro.- y volvió a su lectura. Siguió un largo momento de silencio, en donde él pensaba "Que digo?" mientras miraba el suelo, lleno de cerveza derramada, cenizas y colillas de cigarros. Movimientos nerviosos surgían de la nada y su pierna parecía tener vida propia. Zapateaba ferozmente mientras ella pensaba "de qué le hablo?". No había vuelto a leer. Ella estaba tan nerviosa como el, pero no quería demostrarlo. ¿Qué tendrán las relaciones con extraños que nos vuelven locos?, ¿será el miedo al rechazo?, ¿será el miedo.... a qué?.

El sudor corría por las frentes de ambos, pero estaban tan absortos en ellos mismos que no se daban cuenta el uno del otro. Al final la situación se convirtió en una broma irónica, nerviosos por el otro, sin fijarse en esa persona. Lo fácil que se pasa de la atracción al miedo hace pensar si estas dos emociones estarán conectadas, si tendrán alguna escabrosa relación llena de sexo y depravaciones.

- ¿Te gustó el libro?- preguntó el, que ya no soportaba el horrible silencio.

- Sí, bastante.-

El partido había acabado y el bar estaba vacío. Sólo estaban dos personas desconocidas sentadas en un bar sin nombre, en silencio, pensando cada uno en uno mismo, a raíz de otra persona. Una mujer pasaba fuera del bar, venía del supermercado, y dejó caer una manzana, que rodó a los pies de ella. Al momento de recogerla se percató de lo poco que habían hablado, y se sonrojó. El pensó en irse corriendo de esta atrocidad llamada interacción.

La manzana fué colocada en medio de la mesa. Los dos tenían mucha hambre, no sé si de alimentos u de otra cosa. Quizás tenían hambre del otro, quizás la soledad los tenía famélicos, quién sabe. Lo único seguro es que ninguno de los dos, por más aterrorizados que estaban, no podían irse. Simplemente no podían, sus pies no respondían. Querían que los conocieran para poder conocerse ellos mismos. Ella tomó la iniciativa.

- ¿Vamos a otro lugar?, esto está muerto.-

- Está bien. Conozco una calle que te encantará.-

Parecía que el silencio, el miedo, la vergüenza y el hambre social los había acercado, de una manera silenciosa y fatua. Al salir las luces los iluminan. Ella mira hacia abajo, el hacia adelante. Los dos piensan que quizás éste es el momento de decir algo, cualquier cosa.

Los dos callan durante todo el camino.

2. Las luces, la cerveza y el cigarro

Se bajó en cuanto escuchó los vasos de shop chocando unos contra otros y las risas alborotadas de parroquianos aún levemente borrachos. En la micro no había nadie interesante, ni parejas descaradas besándose y tocándose por todas partes, ni hombres sombríos con ojos fijos en las carteras y billeteras; no, era muy temprano para eso. "Sólo una anciana decrépita y aburrida, que no sabe en realidad quién es ella misma y un fracasado que no tuvo más remedio que trabajar en "esto"; sentado, apurado, estresado... con los días contados", pensaba.

Al momento de cruzar la puerta, o lo que quedaba de ella, y entrar al bar se pudo fijar como iba a ser la tónica de esa noche: había partido de fútbol. "¡Por la conchadesumadre!", pensó, ya que odiaba realmente el fútbol. Nunca entendió (y sigue sin entender) cuál era la gracia de ver a 24 tipos, todos corriendo como si no tuvieran cerebro, detrás de una pelota, con el único objetivo de meterla en el arco contrario. Realmente se sentía un desconocido en su propia tierra.

Se acercó a la barra, espaldas a la televisión, y pidió lo que siempre pedía: una cerveza. ¿Quién de nosotros no ha pensado horas interminables, en estado de completa ebriedad, lo delicioso y refrescante que es este néctar de cebada?, así mismo, nuestro personaje pensaba en ese momento lo bien que le haría tomarse una Escudo bien helada.

Mientras pedía al cantinero que le prestase fuego se fijó en una mesa un poco alejada de todo, en donde una mujer leía un libro bastante peculiar. El fuego chamuscó un poco las cejas de nuestro amigo, pero bien valía la pena por esa pequeña distracción. Al fin tenía lo que quería hace un rato: una cerveza helada en su mano y un cigarro, por muy malo que fuera, en la boca.

De reojo se fijó en la mujer y logró notar algunas de sus facciones. Estaba algo encorvada, bastante abrigada para la temporada, una nariz aguileña descendía por su cara y el pelo, oscuro o café, no pudo fijarse bien, le cubría toda la frente y parte de los ojos, los cuáles estaban adornados por unos lentes muy pasados de moda. El libro que leía fué lo que más le sorpredió, ya que no era nada más ni nada menos que "El Ocaso de los Ídolos", del gran maestro Nietzsche.

Se tomó unas cuantas botellas más, y logró hacerse el valor para irle a hablar. Una mujer que leía a Nietzsche bien valía la pena de arrojarse a lo que más terror le daba: una relación totalmente nueva con una persona totalmente desconocida, y aún más... ¡con una mujer!, aquéllos seres, medio terrenales, medio angelicales y medio diabólicos que nos persiguen en sueños y que realmente lo único que podemos hacer es amarlas.

Mientras se acercaba entre los descerebrados parroquianos como un explorador en la selva, la densa nube de humo que envolvía al bar lo cegaba, lo mareaba y lo ponía aún más nervioso de lo que ya estaba. Los típicos "¿Será muy pesada?, ¿Qué le digo?" acechaban la mente de nuestro joven cuando de repente ya se encontraba frente a ella, mirada estúpida y aún más nervioso que antes. Las hormonas parecían bailar tap en su cabeza, las neuronas parecían haberse dado el descanso de almuerzo, sus extremidades parecían haberse congelado y su estómago de seguro pensaba salírsele del cuerpo.

No supo cómo, pero los músculos de su cara comenzaron a contraerse y a formar una palabra típica, que decimos todos los días, pero que nunca captamos todos los movimientos necesarios para hacerla. Él se dió cuenta, sin embargo, de cada uno de los músculos, de cada una de las formas que su lengua ponía, de cada emisión de saliva que producía, de todo lo que necesitaba para decir simplemente "Hola".

1. Presentación

Un atardecer tranquilo embriaga la habitación. Por fin pudo pagar la renta, pero no quiere quedarse aquí, los chillidos de los niños de al lado lo vuelven loco. Quiere salir otra vez, pero no sabe dónde. Como siempre, no importa mayormente.

Apaga el computador, no tiene suficiente dinero para pagar la luz. La música deja de sonar y la inspiración se disuelve lentamente en el ruido de la calle. Toma las llaves de la habitación y, al salir, se encuentra con la vecina, una puta vieja que siempre fuma Derby corriente a la salida de su puerta. Da miedo mirar dentro de esa habitación, pero el morbo puede más, como siempre, y en el vistazo corto que alcanza a dar puede ver a un viejo, gordo y grasiento, acostado.

- Hola, pequeño- saluda la mujer. Es demasiado para él, así que sólo asiente con la cabeza y se apresura en bajar las escaleras. El calor de los motores de las micros que se detienen en el paradero en frente del edificio lo golpea como si fuera una muralla. Saca un cigarro, un Belmont Light, el último que queda, completamente arrugado, e intenta encenderlo con el último fósforo de su bolsillo. Falla...

Su nombre no importa, su edad tampoco. Lo único que realmente sabe en este momento es que necesita una cerveza fría y unos fósforos para poder fumar su cigarro. Toma la primera micro que se para y empieza a viajar, sin destino, como hace todos los viernes desde hace ya quién sabe cuánto tiempo.
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