7.14.2007

18. Partir.

El desencanto. Mientras más la miraba más sentía que ya nada era como antes, todo perdido para siempre en el recuerdo, que perfectamente podía ser parte de su imaginación. Lorena tiernamente bajó a la verdulería que quedaba bajo el pequeño departamento de su amigo de la infancia para comprar unos limones y prepararle una rica limonadita para el resfrío. Mientras tanto el encendía un cigarro encerrado en el baño y se agarraba la cabeza.

"¿Cómo puede ser que ahora esté metido en esto?." Mira la carta. "Que gracioso como algo que en un principio te llena de alegría y ansiedad, una vez que lo tienes, te arrepientes de haberlo deseado tanto." Sale del baño después de tirar el cigarro al W.C, prender un par de fósforos y hechar un poco de ese Glade antitabaco con olor a naranja. Recoje un poco las sábanas tiradas y se recuesta en la cama. Lo detesta. Desde hace un tiempo odia estar enfermo y acostado, y más todavía cuando hay alguien allí para cuidarlo. Al no hacer nada excepto cuidarse, que en estos casos es sinónimo de no hacer nada, lo único que puede hacer es pensar. Piensa acerca de sí mismo, de la situación en que está, en lo sucio que está el departamento/pieza, en cuánto la extraña... Sería distinto si no hubiera nadie, ya que tendría que hacer lo de siempre, mandar el spam, salir a despejar la cabeza, y de a poco y con muchas drogas (de esas legales) volvería a estar "bien".

Se dió vuelta y quedó mirando hacia la ventana. Al lado se encontraba el computador, sonaba The Boulevard of Broken Dreams. Esa mezcla algo bizarra, en el sentido francés, de jazz, tango y sensualidad hacían que la luz trémula que traspasaba esos trapos que el llamaba cortinas fueran aún menos luminosos. Llegó un momento en el cual el sol debió ponerse justo en el espacio que separaba las cortinas ya que se formó un haz de luz que parecía la muralla que separa dos mundos. Estaba desesperado. Quería sacarse el recuerdo (¿o imaginación?) del olor de ella, del roce de su piel, de sus vellos, de sus suspiros vertidos en la boca de el... pero no con la Lore. No con esta Lore.

Tose escandalosamente. Su garganta le pica y siente como su tráquea se cierra. Las ganas de irse a fumar otro cigarro son cortadas por el sonido de la puerta. Esta mujer que perdió sus curvas para convertirse en una curva le sonríe simpáticamente. "Cresta. Odio esas sonrisas que no hacen más que subirte el ánimo no importa lo cagado que estés. Las detesto porque estoy obligado a devolverlas. Mierda".

- En mi carta no te dije por qué vine. Me sorprende que no me hayas preguntado. ¡Siempre fuiste muy preguntón!- "No te he preguntado porque mayormente no quiero saber", pensaba.- Bueno, mientras te hago una de estas limonaditas que tanto te gustan te explico. Cuando te fuiste a Santiago siento que perdimos contacto, y no me di cuenta de eso hasta que pasaron algunos años y no supe más de ti, aparte de lo que me contaban tus papás. Después, bueno, estuve de polola con el Alonso...

- ¡¿Con ese curiche hijo de puta?!- interrumpió. Desde que estaban en el colegio Alonso se había burlado de el de la peor manera posible. Fué tanto que probablemente haya sido una de la razones por las cuales abandonó su ciudad natal y partió hacia la capital. Ella limitó a reír.

- Si. Bueno, supongo que tuviste razón acerca de el siempre. Después de un año juntos quedé embarazada de el.- dice. Quedó totalmente frío. Si tenía fiebre ahora mismo evolucionó a escalofríos de la peor clase. "Y lo dice así sin más. ¿Que mierda le pasa a esta mina?."- Como puedes suponer el no aperró. El Gabito ya está grandecito y lo dejé con mi mami para venir acá. Quería... reencontrarme contigo.

- Lore.- la paró en seco- Quiero explicarte algo que quizás no vayas a entender, pero creo que mereces saber después de haber venido para acá. Cuando me vine para acá yo de verdad me fuí. Pensé mucho la situación, sabía que no iba a ser fácil y no lo es. Me he sentido solo, siento que me duele, a veces no me encuentro y muchas otras me quiero perder. Pero a pesar de todo esto nada cambia el hecho: yo partí del sur. Quería sacarme del sistema todas las cosas que sufrí, quería reemplazarlas por otras, quería... Quería muchas cosas, de las cuales varias no se han cumplido, pero ese deseo de tenerlas sigue en pie.

Cuando el bus salía de la estación y miraba el anochecer en el mar, como el Sol se ahogaba, sentía eso también. Sentía que me ahogaba sin mi cordón umbilical. Pero para nacer hay que ahogarse. Para que el sol pueda salir en otra parte se tiene que ahogar acá. Soy conciente que muchas veces sufro por mis decisiones, pero son mis decisiones, y prefiero sufrirlas antes de que las tome un tercero.

Lamento decirte esto, pero tu eras parte importante de la placenta que me sostenía de chico. Pero después de nacer ya no necesité la placenta. Yo dejé ese vientre materno y entré en un mundo de sensaciones, muchas de las cuales preferería perder mientras caigo dormido por un buen trago, pero que es mío. Lo siento, pero tu ya no eres para mi más que un bonito recuerdo en un álbum de fotos añejas."

Le partió el corazón su cara redonda y las lágrimas que le corrían involuntariamente a través de sus mejillas rosadas. De verdad el había partido hace mucho y no importa cuanto nadara, nunca lo iba a alcanzar.

"A veces detesto ser tan desgraciado." pensó. Se dió vuelta de nuevo y se acurrucó. No quería verle la cara cuando saliera derrotada por la puerta.

Una vez más quedó solo al partir. Su soledad. Ya no había muralla de luz; no la cruzó, pero tampoco se quedó en su lado. Parecía que su vida se había convertido en un limbo. "No. La convertí en un limbo".

Se quedó dormido.

7.11.2007

17. Volver.

El bus no pasaba nunca. Parecía ser que la enfermedad llamada Transantiago se había contagiado a las empresas de buses del terminal San Borja. La cantidad obsena de gente transitando, las filas eternas para comprar boletos, los tipos gritando rebajas de último minuto para no dejar ir a un transoprte con asientos vacíos, no ayudaban a la situación. Eran las una de la tarde y la fiebre le subía, amenazando con delirios febriles que en este momento no disfrutaría mucho.

El e-mail le había llegado de improviso. Lorena venía de Puerto Montt, su ciudad natal, a verle después de tanto tiempo. Mientras escondía la cara ardiente entre sus manos cansadas y temblorosas (no sabe si por el viaje eterno y apretado en Metro o por la fiebre) pensaba en toda la historia que tenían detrás. Se habían conocido cuando sus padres se fueron al sur, escapando de las deudas que su queridísimo viejo tenía. Llegaron a una casa pequeña hecha de madera un día de lluvia torrencial y viento huracanado. Parecía que el techo de la casa volaría lejos... pero se mantuvo. Después de nacer conoció a la Lorenita, la hija del vecino. Fué casi como esas historias cursis que tanto le gustan a los gringos de mierda...

Le golpearon el hombro. Preparado para mirar feo al idiota que lo había pasado a llevar sus ojos iracundos se encuentran con Lore. Definitivamente había cambiado. Si el lector piensa que en este momento me dispongo a relatar un encuentro onírico entre dos entes eternamente amantes siento decepcionarlo. Como se ha podido percatar el ávido y concienzudo amigo o amiga que lee este pequeño espacio la vida de nuestro amigo, y la vida en general muchas veces también, no es un cuento de hadas. Cosas buenas pasan, cosas malas pasan, y en esa dualidad desgraciada nos movemos en el día a día, esperando con todo el corazón (si es que un músculo puede esperar algo) que las cosas malas que nos pasen hoy no sean tan malas como las del otro día y que las cosas buenas duren más que la de ayer.

Pero, prosiguiendo con la (desgraciada) vida de nuestro queridísimo protagonista, la mujer que sus ojos cansados, amarillentos y cubiertos de ojeras por la noche en vela (tristemente no tiene dinero para comprarse un Tapsín de noche y todos sabemos lo desagradable que es el resfrío) no era esa Lorena con la que jugaba todas las tardes después del colegio. No, definitivamente su figura mamutesca y sus mejillas fláccidas no concordaban con la mujer que le causaba tal impresión que hasta hace un par de años no podía pronunciar bien la erre de su nombre.

Se levantó tan rápido, ya sea por la impresión o por el reflejo antiquísimo de escapar frente al peligro, que todo parecía dar vueltas.

- Hola Lore. ¿Como estás?... ehm... ¿te importa si vamos a mi departamento?. La verdad es que no me siento muy bien.- Todo lo que el escuchó de respuesta fueron sonidos sin ningún significado. Probablemente solo Charlie Brown y sus compañeros entenderían lo que el estaba escuchando.

No podía esperar para llegar a su casa y fumarse un cigarro.
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