12.11.2006

15. El calor del asfalto.

Meses. El tiempo y el espacio totalmente desligados. Parece que fué ayer cuando, lleno de optimismo, sentía que todo estaba bien, que realmente la manera subjetiva de vivir la realidad era realmente lo que importaba. Sentimientos individualistas postmodernos llenaban su cuerpo. En este momento los demás parecían ser el enemigo, aquél del cual necesitaba alejarse. Todos son unas arpías. Todas son unas arpías. La resaca de un mal ron bebido a solas, los labios negros totalmente partidos, 2 cajetillas de Belmont lights y un poco de baba en la almohada... simplemente perfecto.

El calor le derretía los pensamientos, el ventilador (con un ruido detestablemente monótono) no hacía más que poner en movimiento ese aire incandescente que le envolvía. El sudor en su espalda mojaba el colchón. En el winamp sonaba algo de trip hop, pero el estado de medio sueño, medio vigilia no le dejaba reconocer la canción. Tenía que salir de allí. Tenía que callar los gritos.

En el walkman seguía el CD de siempre, una mezcla con estilos diametralmente distintos. Había puesto algunas canciones de Air y de Massive Attack, seguidas por un par de carpetas con Travis y Morrissey, finalizando con algo de Björk y The Cardigans. No sabía muy bien que hora era, podían ser las 12 como podían ser las 16... el encanto del verano y su calor endemoniado. Decidió caminar hasta que realmente necesitara descansar, hasta que sus pies gimieran más que su cabeza.

Las ojeras parecían pesarle, el cuerpo totalmente cortado. Los medios de escape del individuo moderno son patéticos. Ya no tiene a quién rezarle ni a quién jurarle obediencia ni vasallaje. ¿Qué queda entonces, más que el triste olvido parcial en el elíxir del alcohol?. "El mundo nos ha abandonado", piensa profusamente, "nos ha abandonado a nuestra suerte. Quizás nunca estuvo con nosotros. Nos llenaron la cabeza con ideales y formas hermosas de ver la vida, con pautas de conducta que no son las propias de estos tiempos, nos enseñaron a ser buenos... pero al final, ¿que sacamos con eso?, simplemente ser los parias de una sociedad en donde los otros pasan por encima tuyo... y en este lugar si no eres de los que pisan eres de los pisados. La amistad no es más que un refugio parcial para la soledad obliterante de la ciudad, el parentesco cada vez menos importante, las relaciones cada vez más instrumentales. Y en esta vida, entonces, ¿qué queda para los soñadores?". Su mirada se perdía en el horizonte café de Santiago, mientras sonaba Last Train de Travis.

Las sandalias le mataban, el empeine de su pie derecho estaba a punto de empezar a sangrar por las hebillas rozando con el sudor. Se las sacó y empezó a caminar por Sta. Isabel. Sentía como las piedrecitas se le enterraban en la planta, pero era un dolor agradable, de esos que te devuelven el sentido de estar vivo. Al menos lo hacía pensar en otra cosa.

Empezó a sonar "Losing in my Favourite Game" en los audífonos y decidió ir a visitar al Edo, necesitaba sacarse la mierda del sistema, contarle a alguien por fin "el problema". No le iba a visitar por ser un gran amigo, de hecho había olvidado ir a sus últimos dos cumpleaños (lo cuál era bastante predecible, ya que hace algunos años el Edo se había metido con su polola), pero era barman en un sucucho de mala muerte en San Diego y usualmente se robaba un par de botellas de Becker para los amigos. El sentimiento de culpa es una perra.

Cuando llegó a las puertas del bar sus pies sangraban ligeramente. El calor del asfalto le había distraído lo suficiente. Ahora, dulce olvido amarillo.
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