7.11.2007

17. Volver.

El bus no pasaba nunca. Parecía ser que la enfermedad llamada Transantiago se había contagiado a las empresas de buses del terminal San Borja. La cantidad obsena de gente transitando, las filas eternas para comprar boletos, los tipos gritando rebajas de último minuto para no dejar ir a un transoprte con asientos vacíos, no ayudaban a la situación. Eran las una de la tarde y la fiebre le subía, amenazando con delirios febriles que en este momento no disfrutaría mucho.

El e-mail le había llegado de improviso. Lorena venía de Puerto Montt, su ciudad natal, a verle después de tanto tiempo. Mientras escondía la cara ardiente entre sus manos cansadas y temblorosas (no sabe si por el viaje eterno y apretado en Metro o por la fiebre) pensaba en toda la historia que tenían detrás. Se habían conocido cuando sus padres se fueron al sur, escapando de las deudas que su queridísimo viejo tenía. Llegaron a una casa pequeña hecha de madera un día de lluvia torrencial y viento huracanado. Parecía que el techo de la casa volaría lejos... pero se mantuvo. Después de nacer conoció a la Lorenita, la hija del vecino. Fué casi como esas historias cursis que tanto le gustan a los gringos de mierda...

Le golpearon el hombro. Preparado para mirar feo al idiota que lo había pasado a llevar sus ojos iracundos se encuentran con Lore. Definitivamente había cambiado. Si el lector piensa que en este momento me dispongo a relatar un encuentro onírico entre dos entes eternamente amantes siento decepcionarlo. Como se ha podido percatar el ávido y concienzudo amigo o amiga que lee este pequeño espacio la vida de nuestro amigo, y la vida en general muchas veces también, no es un cuento de hadas. Cosas buenas pasan, cosas malas pasan, y en esa dualidad desgraciada nos movemos en el día a día, esperando con todo el corazón (si es que un músculo puede esperar algo) que las cosas malas que nos pasen hoy no sean tan malas como las del otro día y que las cosas buenas duren más que la de ayer.

Pero, prosiguiendo con la (desgraciada) vida de nuestro queridísimo protagonista, la mujer que sus ojos cansados, amarillentos y cubiertos de ojeras por la noche en vela (tristemente no tiene dinero para comprarse un Tapsín de noche y todos sabemos lo desagradable que es el resfrío) no era esa Lorena con la que jugaba todas las tardes después del colegio. No, definitivamente su figura mamutesca y sus mejillas fláccidas no concordaban con la mujer que le causaba tal impresión que hasta hace un par de años no podía pronunciar bien la erre de su nombre.

Se levantó tan rápido, ya sea por la impresión o por el reflejo antiquísimo de escapar frente al peligro, que todo parecía dar vueltas.

- Hola Lore. ¿Como estás?... ehm... ¿te importa si vamos a mi departamento?. La verdad es que no me siento muy bien.- Todo lo que el escuchó de respuesta fueron sonidos sin ningún significado. Probablemente solo Charlie Brown y sus compañeros entenderían lo que el estaba escuchando.

No podía esperar para llegar a su casa y fumarse un cigarro.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

...recuerdos...como puntas de icebergs (palabra gringa que suena mejor que nuestros témpanos de hielo)...emergen de la noche del pasado y, poco avisado, puedes chocar con ellos...o peor aún, ellos pueden estrellarse en ti, a pesar de tu pericia del cigarro...

1:23 p. m.  
Blogger alitamoras said...

el sabor del desencanto.

10:49 p. m.  

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